Hacía media hora que habíamos salido del Grand Canyon; el verde había dado paso a tonos amarillentos y los bosques a pequeños poblados de casas de arcilla y puestos de joyería tradicional india. Gema no paraba de decir: “¡parece que estamos en Marruecos!”. Estábamos en la reserva Navaja.
Se nos había hecho tarde y nuestra intención de cruzar Monument Valley con luz suficiente para llegar a nuestro motel, que se encontraba más allá de la frontera de Utah, no iba a ser posible.
En ese momento en el que estábamos más preocupados por llegar al mexican hut fue cuando al subir una loma, nos encontramos de bruces con las puertas de Monument Valley… ¡la hostia! Seto-seto-seto-HOSTIA (se acabaron los setos). Entonces sólo pudimos hacer una cosa, arrastrar el coche a la cuneta, bajarnos y darnos unos minutos para contemplar la inmensidad del paisaje (aquí es donde me voy a poner pedante): iluminado de forma inmejorable por el sol del atardecer que resaltaba el rojo de las torres de piedra que, de forma caprichosa, se alzaban en el valle.
No sabemos cómo describiros el paisaje que vimos, las fotos no son suficientes y las palabras siempre se van a quedar cortas (aunque en el párrafo de antes no lo haya parecido). En mi caso sólo puedo decir que es el paisaje de Estados Unidos que siempre quise ver y mi deseo se vio colmado.
Tanta contemplación, coronada con la aparición de la luna llena antes de la caída total del sol (como diría Carmen: “un completo”) hizo que se nos hiciera aún más tarde; llegar a nuestro motel de noche se volvió a hacer inevitable. Pero esta vez la suerte estaba de nuestro lado y cuando menos nos lo esperábamos nos dimos de bruces con él: SAN JUANÍN, SAN JUAN-INN La suerte quiso que hasta cenáramos a orillas del río San Juan, degustando comida tradicional navaja y os puedo decir una cosa: ya sé por qué fueron a la guerra, por no volver a casa a comer: ¡¡cosa más sosa!! Los Yanquis no sólo les quitaron la libertad, les quitaron la sal… la sal, la salsa… todo lo que hace que un plato no sea… seco. Pero lo bueno vendría al día siguiente…
Me moría de impaciencia por llegar otra vez al valle y poder verlo a la luz del día, pero antes había que hacerse con un sombrero de Cow Boy para Gema.
Giro a la izquierda, caseta, diez dólares y ya estábamos dentro de la Reserva de Monument Valley. La ruta en todoterreno o en caballo era demasiado para nuestro presupuesto, lo que sí que teníamos a era tiempo para contemplar, una vez más, la grandiosidad del paisaje. Hay dos palabras que resumen la sensación: “¡¡Ooh Yeah!!” lo que en español quiere decir: “Jooder”