BICICLETAS POR EL PASEO MARÍTIMO

Ha pasado una semanita desde la última vez que escribí, he andado por UCLA, arreglando papeles, conociendo el centro de deportes que, como buena universidad Americana, ¡¡¡es increíble!!! Y visitando la biblioteca y otros lugares de interés investigador. Os dejo un link a mi Flickr para que veáis las lindezas la universidad de aquí, que está en el número 17 de uno de esos rankings de universidades de todo el mundo. La autónoma está por el 400 y pico, a todo esto, lo sé porque un profesor de mi facultad ha mandado un correo esta mañana para que la comunidad universitaria reflexionara sobre lo CUTRE que es nuestra universidad.

El Sábado y el Domingo, con la visita de Manolo, anduvimos los cuatro (Manolo, Eva , Miguel y yo) por Venice.
El Sábado entramos Manolo y yo en un “Freak Show” nos costó 3$ y vimos grandes misterios de la fauna americana: cerdos con el cerebro fuera, tortugas, pájaros y serpientes con dos cabezas, un perro con 5 patas y guarradas similares, ver fotos aquí.
Manolo hizo que me cayera del guindo diciéndome que a lo mejor Venice se llamaba así por los canales que tenía (¡si es que a veces pienso lo justo!) y le hice una foto a los canales, pero no está muy pa-llá, así que no os la pongo.

El Domingo nos alquilamos unas bicis y paseo marítimo arriba, paseo marítimo abajo.
En la parte en la que nos fuimos hacia arriba, ilusa de mí, les engañé diciéndoles que podíamos llegar con las bicis hasta Malibu (no por maldad intrínseca, sino porque de verdad lo creía) así que la desilusión fue terrible cuando llegamos al final de la vía de bicicleta a los 30 minutos de haberla empezado. Además, antes de saber que nuestra historia tenía final cercano, vimos como un ciclista que circulaba por el arcén de la autopista (o lo que sea) que estaba al lado de donde nosotros íbamos, recibía una hostia de campeonato ocasionada por el retrovisor de una autocarabana que, sin querer, se había metido ligeramente en el arcén. El conductor paró la autocarabana y salió corriendo, creyendo que le había matado y los cuatro estábamos justo enfrente, a unos 10 pasos parados con las bicis con la boca abierta a más no poder y pensando: “qué bien hacemos de ir por el carril bici de la playa”. Pues a los 5 minutos descubrimos que el carril bici terminaba, todos desilusionadísimos. En mi caso no fue ni desilusión porque, tan convencida estaba de que el camino continuaba que hice lo siguiente: animarles para cruzar un complejo hotelero en el que ponía claramente “prohibida la entrada a quienes no sean clientes, PROPIEDAD PRIVADA” eso mismo pero en inglés. No les dejé ni pensárselo y me metí con la bici yo la primera, caminando, caminando, con ellos a una distancia prudente detrás de mí. De pronto se me acerca uno de seguridad con cara de pocos amigos y con un Walki en la mano, tímidamente le pregunto como si viviera en el hotel: ¿por dónde puedo salir con la bici? Y no me responde, me hace una indicación de que le siga, con una cara súper seria y diciendo no sé qué por el Walki, yo pensé: “ya está, está hasta las narices de que la gente haga esto y ha llamado a la policía” me mete por un garaje y de nuevo, esta vez acojonada, le vuelvo a decir: “no, si yo sólo quería salir de aquí”, entonces se digna a hablarme y me dice: “sí, sí, si vas a salir” ¡¡¡DE CORBATA!!! Y estos que no les veía aparecer. Me saca por el garaje ese hasta un parking cerrado que ¡¡¡¡SÓLO TENÍA SALIDA A LA AUTOPISTA!!!! Y allí me quedé acojonada esperando que llegara el resto para darles la estupenda noticia de que sólo podíamos regresar por la especie de autopista que bordeaba el lugar y que, efectivamente, no había más carril bici. Al final, Eva, con muy buen criterio, se negó a salir a la autopista con la bicicleta y les rogó a los del hotel que le dejaran pasar otra vez de vuelta. No creáis, no la querían dejar y tuvo que amenazar con avisar a la policía si le hacían salir de allí por la autopista! Con lo que os imaginaréis lo mal que me sentí yo por haber tenido semejante idea. Manolo y yo, más temerarios, recorrimos el tramo por la autopista y, efectivamente, pudimos comprobar que era de todo menos seguro.
Luego carril bici hacia el sur, Venice, que nos encantó por la vida que tenía en la calle. Además de una calle principal llena de puestos de todo tipo, tenía bares, restaurantes, etc. y parece tener mucha más vida que Santa Mónica. En la playa la gente fumaba, bebía y había más gente de nuestra edad. Comimos en un mexicano, yo acabé borracha con sólo dos cervezas (es lo que tiene no beber) y nos fuimos a la playa, estos jugaron al Vóley-playa con una pelota que habíamos comprado y que yo llevé todo el día en la cestita de la bici, con unas ganas terribles de estrenarla, pero entre la cerveza, la comida, la arenita caliente, el sol, el ruido del mar… me quedé frita y no hubo manera de que me levantara.



Estos, por lo visto, se lo pasaron muy bien. Luego yo me di un bañito y de regreso a Santa Mónica, donde nos comimos los famosos yogures helados que ya tienen fama de los buenos que están.